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Semana dos

  • Maca Arena
  • 22 feb 2021
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb 2021



Llevo dos semanas en la Ciudad de México, o como dicen los de aquí: “ La cedemeequis”. Sigo aprendiendo cosas. Sigo apuntándolas para no olvidarme.


Me han dicho que ahora la ciudad está disfrazada. Porque estar aquí sin tráfico es como hacer trampa y ponerle ochenta filtros de Instagram.


Otra cosa que había olvidado es que los mexicanos nunca decimos que no. Aunque sepamos que es un no rotundo. Aprender a diferenciar el sí- sí del sí- no es una habilidad digna de mención en LinkedIn.


La gente con la que he establecido una relación laboral ha tardado unos diez minutos en asegurarme que es una persona honesta. Me hace sospechar donde se ubica la normalidad.


Conducir en México debería valerte para aplicar a la Fórmula1. La vida es tan impredecible como las salidas del periférico, sabes que los cambios vienen pero nunca los ves hasta que estas a dos metros, un volantazo y muchos claxons de por medio.


Los mexicanos somos la viva imagen de un buen anfitrión. Siempre habrá un amigo, conocido o familia ofreciéndote ayuda.


Los spots publicitarios de los partidos en la radio juegan con nuestros sentimientos como las pastillas que aseguran que adelgazarás sin la necesidad de abandonar la cena de 15 tacos, dos tortas, una coca cola light y el flan de postre.


Ser ciclista y/o peatón es un deporte de alto riesgo. Los condimentos están infravalorados en el resto culturas gastronómicas. Y el chipotle, el querido chipotle va bien con todo. No entiendo por qué la chimichurri en las pizzas no es un patrimonio nacional.


El otro día me preguntaron que cuánto tiempo llevaba aquí. Respondí que el primer mes iba bien. Solo llevaba cinco días en la gran ciudad. Así de intensa va la experiencia.

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