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Remodela

  • Maca Arena
  • 16 jun 2020
  • 2 Min. de lectura


Este lunes pude, ¡por fin!, salir al mundo social. Después de una larga plática con mis amigas, me preparé para un subidón de energía positiva por ese gran paso. La mañana del martes se planteaba como un momento de tranquilidad y felicidad cargado de todas la vitaminas del día anterior. Me esmeré en arreglar el espacio de trabajo, limpié los correos atrasados, ubiqué mis dedos en el teclado recién desinfectado y oliendo a limpio. Di un sorbo a mi té matcha. Escribí el primer “buen día”… cuando de repente… sin previo aviso… sin permiso de nadie… un taladro a tres centímetros de mi oreja comenzó a molestar mi tímpano.


Pues eso, mis vecinos han decidido remodelar todos y cada uno de sus metros cuadrados. El trabajo dura aproximadamente de 9 de la mañana a dos de la tarde, el mismo tiempo que me toma a mí hacer mi propio trabajo. La broma se cuenta sola.


Después del cuarto día, mi paciencia juega con la locura y comienzan a turnarse sus ratos conmigo. Aquí a lado podrían estar rodando Terminator reloaded y nadie creería lo contrario.


Como es común, la queja del sonido ha quedado para la posteridad en mis stories de Instagram. Me sorprendió la respuesta general: Al parecer el mundo inmobiliario tiene una revolución. Las personas han pasado tanto tiempo encerrados en su casa que le han visto los defectos. Ahora, la población está aprovechando la primera oportunidad que tienen para cambiar el espacio que soportó los altos y bajos de su encierro.


Si no eres el vecino que sufre el ruido de golpes y destroces, eres el vecino que disturba la paz ajena con esos golpes y destroces. La vida explicada en un cuadro. Esto me hace pensar en la metáfora (de esas que encuentro hasta por debajo de las piedras) de la situación. He tenido que convivir conmigo misma mucho tiempo. Sin distracción, ni escusas. Sin ruido y sin colorantes. Sin filtros.


Ahora me encuentro en mi propia remodelación. La de mi persona. Que es mucho más privada y sin ruidos que la de mi vecino. La vida me obligó a parar, pues habrá que aprovechar. Hay momentos que duelen como un taladro y todo el que haya pintado una habitación sabe la flojera que da la labor de mirarte de frente y encontrar los detalles que hacen falta resolver.


Estas divagaciones mentales (o verborrea mental) las escribo mientras el señor del taladro se toma un descanso. Yo también tengo los míos. Siempre hay un hueco para salir, alejarte del olor a polvo y pintura, y disfrutar del sol, de las pláticas, de los planes (casi imposibles) del próximo verano.


Dentro de poco cumplo 29 años, un año más escribiendo por aquí. El resumen general es positivo, pero si no se ven retos, no se avanzan… con o sin un bicho llamado coronavirus. Barcelona huele deliciosamente a primavera y yo no paro de estornudar.

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