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Prueba y error

  • Maca Arena
  • 24 jul 2021
  • 2 Min. de lectura



En los seis meses que llevo viviendo en la CDMX he aprendido a que nunca terminas de conocerla del todo.


Un día vas, contenta por la calle pensando en que por fin le estás pillando el truco a esta megalópolis y, algo se activa en el centro de control de incomodidad de foráneos de la ciudad y te envían una multa por no actualizar la verificación de tu coche cada seis meses. Creo que ese centro imaginario existe para evitar que siga creciendo la ciudad y que los que somos de afuera no la invadamos... aún más.


Hace unas semanas aprendí que la ciudad puede quedarse sin agua que corra por tus tuberías, pero que tienen agua suficiente para vendértela en pipas. Que las calles cambian y se cierran sin aparente lógica o aviso que hasta Google Maps la tiene difícil para marcarte un camino eficaz.


La ciudad no deja de sorprenderme. Y al parecer, se pueden distinguir los que somos foráneos de los que no por el índice de incredulidad que se asoma en nuestra cara cada vez que algo sucede. Los citadinos son a prueba de sorpresas, al parecer. Seguramente cuando nacieron les cobraron una multa por no haber avisado que iban a ocupar espacio vital y desde allí ya no se sorprenden de nada.


Hay algo que empiezo a tener claro: Que los estacionamientos tienen todo el derecho de cobrarte 300 pesos por haber consumido una hora de dióxido de carbono de sus instalaciones. Que las entradas al segundo piso del periférico aparecen y desaparecen según la prisa que tengas para jugar un rato con tu paciencia. Que el clima varía tanto que ninguna aplicación se ha puesto de acuerdo con Tlaloc para determinar cuándo y con qué intensidad hará su visita. Que el Covid y la pandemia existe o no según las creencias de cada uno.


Que ir de norte a sur es una aventura y que hay horas prohibidas para intentar cruzarla. Que el sentido del tiempo varía según el tráfico. Que si hay gente sonriendo en el coche es porque seguro no son de aquí. Que el índice de papelitos y comprobantes que hay que guardar “por si acaso” ocuparán un cuarto aparte más pronto que tarde. Que no es cuestión de ser listo, sino de tener maña.


La lista va sumando. Los errores y enseñanzas, también. Todavía no puedo llamar a este pedazo de tierra 100% mi hogar, pero creo que voy en camino a lograrlo. Por lo pronto sigo sospechando que la lista de cosas que me tocan por aprender es tan amplia como el número de habitantes que hay.

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