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Problemas pequeñitos

  • Maca Arena
  • 28 ago 2021
  • 3 Min. de lectura





Quisiera pedir una devolución de memoria. La que me tocó es inútil para las cosas del día a día, pero eso sí, es una enciclopedia para agobiarme con recuerdos en medio de mi segundo saludo al sol en las clases de yoga.


Es desesperante lo rápido que viajo a los escondrijos más recónditos de lo que me pasó a los 14 años. Ah, pero cuando quiero aprenderme mi maldito número de teléfono, la memoria brilla por su ausencia.


Pues bien, estos días se han sucedido una serie de eventos desafortunados que concluyen en un montón de problemas pequeñitos. Los cuales me tienen un poco (estoy siendo magnánima con el adjetivo) abrumada.


Me encanta la palabra bruma. Y el olor a bruma. Una vez experimenté estar en medio de una neblina y me pareció la cosa más nostálgica del mundo. Esos días estaba leyendo ‘La Sombra del viento’ y no creo que tenga un recuerdo más redondo que ese.


Según la RAE, la palabra bruma significa: “Oscuridad o falta de claridad que enturbia la mente o que rodea un suceso”. Y en un arranque de egocentrismo, creo que la palabra me pertenece por la descripción literal de mi estado.


En mi caso, la neblina representa recuerdos pasados non gratos y miedo a lo que pueda suceder mal en los próximos días. En un día cualquiera, llevo bien los imprevistos. Son inevitables. Siempre que sucede algo, me digo que las cosas podrían estar peores y eso me da una perspectiva como si estuviera parada en el trampolín más alto del mundo… mundial.

Pero, se viene un gran día. Uno en el que tengo que estar vestida de blanco (con lo fácil que mancho yo la ropa) y tengo que caminar por un pasillo muy largo y gestionar de manera elegante mi pánico a la atención de más de diez personas. ¿Cuatro personas? Soy una comediante nata. ¿Nueve? Tengo el ingenio en la laringe. ¿Cien? Mi estómago comienza a escupir lo que desayuné hace un año. Me gustaría ser de otra manera. Pero, ¿qué anécdotas podría contar a mis cuatro lectores si fuese diferente?


Las horas pasan rápido. Ya me dijeron cuando cumplí 15 años que a partir de allí, la vida se me pasaría en un suspiro. ¿Ven? Recuerdo perfectamente a qué olía cuando me dijeron esa frase en la mitad de mi vida. Recuerdo estar sentada al aire libre, con mi abuela que olía a crema Nivea, viendo un atardecer con tonos naranjas y amarillos. Recuerdo que llevaba unos jeans nuevos y una blusa que mi mamá me había prestado y me hacía sentirme igual de guapa que ella. Recuerdo estar jugando con los dedos en la silla tratando de recordar cómo se tocaba mi canción favorita. Esa silla estaba un poco coja y me gustaba balancearme hacia atrás como si fuese mecedora. Recuerdo el suspiro que mi abuela hizo después de decírmelo. Recuerdo pensar cuántos recuerdos cupieron en ese suspiro.


¿Saben lo que no recuerdo? Mirar la caducidad de un pasaporte con tiempo. El número de teléfono de una llamada importante que tengo que devolver. El código postal del lugar en donde llevo viviendo ocho meses. El número de invitados que llevo confirmados. Y sí, la lista puede seguir de manera infinita. Siempre y cuando un recuerdo de 1999 no se interponga en su camino.

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