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Nostalgia

  • Maca Arena
  • 1 nov 2020
  • 2 Min. de lectura


Hace unos días me embarqué en la aventura de volar en tiempos de Covid. Pues estaba allí, con todas las medidas de sanidad posibles, cubierta de pies a cabeza sentada en un avión e intentando respirar sin moverme ni un ápice.


A mitad de camino me dieron ganas de estornudar por las pelusillas que estaba sacando la cobija y temía que la tripulación entera me lanzara por los aires por tan imperdonable pecado. Un niño de tres años se atrevió a toser y sus padres todavía están compareciendo ante la Interpol.


Para no dar rienda suelta a mis alergias me concentré en lo que había arriba de mí y me percaté que todavía existía la luz de lectura. Ese foquito coqueto que pende sobre nuestras cabecitas y que tiene una luz que por arte de magia se hace latente solo a la altura de tus manos. Está diseñado para iluminar las páginas de un libro.


¡Qué nostálgico! ¿No les parece? En un avión con pantallas individuales, una docena de películas, miles de capítulos de series, un mapa interactivo que te dicta dónde se encuentra tu pequeña persona suspendida en el aire del globo terráqueo… Ante todo ese panorama, un foco pequeñísimo y analógico todavía piensa que es indispensable para que los presentes podamos leer en los momentos oscuros del trayecto.


Ese foco me recordó a la librería que tenía la protagonista de “Tienes un email” con una Meg Ryan y un Tom Hanks haciendo magia en la pantalla grande. Esa tienda llamada “Around the corner” que luchaba contra el gigante librero “Fox”. En ese pequeño rinconcito donde los cuentos infantiles tenían nombre y apellido y el hada cuentacuentos sabía todas las historias que en él cabían.


Algo parecido me topé hace unas semanas cuando pisé por primera vez la librería Amapolas en octubre, nombre homónimo a un libro que recomiendo ampliamente. Mis conocidos están artos de mis referencias a ese libro. Pues bien, la autora y dueña de la librería tiene la nostalgia metida en ese rincón del barrio Chueca de Madrid.

Al entrar, sientes el culto total por la literatura y los objetos que la guardan. Me dejé recomendar tres libros y salí de allí pensando en que ojalá hubiera más lugares así en León o en México.


El aire comienza a enfriar. El olor a otoño está a la vuelta de la esquina. Los suéteres comienzan a quitarse las arrugas. Las cafeterías huelen a canela… Y los libros, los libros siempre han estado aquí, como los focos de lectura de los aviones y la señora nostalgia que me acompaña.

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