Lo que pasa en la última fila
- Maca Arena
- 7 jun 2022
- 2 Min. de lectura

Hace unos días fui a un funeral. Me senté en las últimas filas porque siempre me intimidan los duelos. Sentada en ese banco, recordé todas las veces que me he sentado en una situación similar. Varias veces en las primeras filas, muchísimas en las de detrás.
La vida es de una fragilidad que se olvida. No recordamos continuamente los posibles cambios en nuestras vidas y las de los seres queridos que están esperando en la esquina. La vida cotidiana y sus preocupaciones hacen que nademos en lo urgente y dejemos en la orilla lo importante.
Miré a mi derecha y vi a mis papás. Cada uno pensando en esta pérdida y en las pasadas. Miré la sala llena de lágrimas. Vi de lejos a esas personas que tendrán una silla vacía en la mesa. Recordé mis sillas vacías. La vida es un suspiro y en un suspiro llega y se va.
Siempre he pensado que los momentos más difíciles de ver partir a un ser querido no son esos. No en los que estás rodeada de gente. Son los más impresionantes, eso sí. Un día estás en una comida familiar y al otro estás rodeada de los mismos, pero de negro, muy de negro. Recuerdo vivir esos momentos casi flotando, con asombro. Como cuando te despiertas y tu cabeza tarda en descifrar dónde estás.
Pero si algo golpea, lo que es difícil de tragar, es el vacío posterior. Cuando ya no hay flores en la sala, reuniones familiares improvisadas, ni comida rápida en el refri. Cuando tu vida cotidiana es un campo minado de recuerdos y nudos en el estómago. Una canción, una foto, un rincón, una silla, un recuerdo de Instagram años atrás.
Un día, esos obstáculos son una montaña. Al año, son un cerro. Varios años después es una lomita que cuesta, pero no te supone noches de insomnio, pérdida de apetito o el resto del día en un tono gris. Tan gris como la ropa de la gente que no encontró algo negro para ir al funeral y no quería desentonar.
Sentada en ese banco, justo a lado de mis padres, pensé que ojalá domine el arte de aceptar que la vida no será como quiero que sea. Que los cambios son inevitables. Que mis quejas por tonterías volverán a la mañana siguiente. Pero al menos, que ya es bastante, siempre tendré esas fotografías llenitas de felicidad; esas charlas donde se expande el corazón, esos viajes que me harán recordar.
No sé qué sillas vacías tendré en el futuro. Lo que sí sé es que mientras tanto, la música sonará fuerte, tan fuerte como la risa de esa persona que se fue y que reunió en un espacio a tanta gente que no solo extrañará su presencia, sino que la recordará con todo el cariño del mundo. Esos momentos no tendrán tonos negros. Claro que no.
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