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Espacios

  • Maca Arena
  • 25 feb 2021
  • 2 Min. de lectura



Allá por abril me obsesioné con la línea de luz directa que daba a los pies de mi cama. Duraba tres horas. Era el único rayo de sol que me daba al día, así que podrán comprender mi apego a esa pequeña mancha amarilla en las sábanas blancas.


Luego se fue acercando el verano, y el sol se enterneció por mi amor a la línea así que la convirtió en un gran cuadrado que se desplegaba por el suelo. Casi como un tapete. Allí me pasé muchas mañanas leyendo y “disque tomando el sol”.


El último día que estuve en ese departamento. Me despedí de mi rayo de sol. Le tomé una fotografía que hizo exactamente lo mismo de cuando quieres tomarle a la luna, la imagen no representa ni un 5% de lo que ven tus ojos o quiere recordar tu memoria.


Me encariño con los espacios. Los cambios me gustan, pero la nostalgia me embarga cada vez que me tengo que despegarme de un rincón que he hecho mío. Recuerdo que cuando tenía 16 mi mayor ilusión era tener un escritorio. “Un escritorio de escritora” pensaba. Allá por los 19, mi madre me cedió el suyo. Creo que la insistencia tiene frutos. Lo llené de objetos, velas, libros y libretas. Allí pasé muchas tardes escribiendo y estudiando. Cuando me fui a vivir a Barcelona, me despedí de mi rincón con su respectiva imagen mental (ya había aprendido que las fotos no servían para capturar la esencia de lo que yo quería recordar).


En los últimos cinco años he vivido en seis lugares diferentes. Me creerán una aficionada de las mudanzas. Se equivocan. No hay cosa que odie más que meter mi vida en cajas. Hace un año juré que sería la última. Lo decreté en una cena familiar después de que me ayudaran a cargar ochenta cajas de una calle a otra. Alguien, la visionaria del grupo, dijo que algo le decía que no sería la última.


Exactamente doce meses después tuve que volver a meter todo en cajas para hacer una mudanza trasatlántica. Me rio yo de las mudanzas anteriores. Llevo cinco días instalada en lo que será mi nuevo hogar y estoy buscando esa línea de luz que me acompañaba durante el primer confinamiento.


Cabe destacar que en pleno febrero, la Ciudad de México ofrece luz a raudales. Me cuesta seleccionar cuál de todos será mi compañero de lecturas y escrituras.


Dicen que el primer paso para sentirte en casa es hacer un pequeño espacio, tuyo. Ir conquistando paredes, rincones y repisas. En esta ocasión, he comprado un escritorio de escritora. Si los señores de Liverpool no me han engañado, llegará este viernes. Creo que comienzo a sentirme en casa. Al fin y al cabo, el sol es el mismo en todos lados.

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