Eso que dices cuando te levantas
- Maca Arena
- 30 may 2022
- 2 Min. de lectura

Hace unos días leí en un libro de Marian Rojas que los recuerdos tenían un poder curativo, incluso mayor que las experiencias positivas en sí mismas. También dijo otra maravilla como “ preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación. La conciencia es lo que eres; la reputación lo que los demás piensen que eres”.
Dos ideas que han estado rondando en mi cabeza estos días llenitos de reflexión. Yo sé que lo escribo a menudo, pero la idea de ser feliz cuando consiga algo siempre ha estado coqueteando con mi cabeza. Estos 22 días en los que me he obligado a meditar a diario, me he dado cuenta de lo grises que son mis pensamientos cuando me equivoco en algo.
A. leyó en algún lugar en algún momento que la grandeza de una persona se medía en las palabras que se decía cuando fracasaba en algo. Supongo que en estos tiempos nos recriminamos mucho por no cumplir con la imagen que queremos proyectar al exterior.
Si no me gusta que me hablen mal, ¿por qué me hablo mal cuando estoy en soledad? Caerse es igual a caminar, es inevitable, pero nos lleva a algún lugar.
Soy una experta rumiante de recuerdos. Soy capaz de explicar en este lugar el sentimiento que me recorría cuando leí la primera página de Harry Potter a los 13 años. Soy incapaz de acordarme de mi propio número, cabe mencionar. Recuerdo con claridad el olor de las personas que quiero y ya no están, pero no recuerdo las fechas de los cumpleaños de los que tengo a lado.
Mi memoria selectiva es el ingrediente perfecto para la ansiedad y el ánimo gris. No obstante, aquí no me vengo a quejar. Ya que meditar es una de las cosas que ayudan a seguir recordando cosas bonitas del pasado y dejar de agobiarme por cosas del futuro que no puedo controlar. Y heme aquí intentándolo a diario.
Hace unos días, un amigo nos contó uno de los peores errores que ha cometido en el trabajo. Todos estábamos absortos con la historia, y su humor hacía que soltáramos una risa de vez en cuando. Su lección se volvió también nuestra. Y por cómo disfrutaba su risotto, puedo afirmar que sigue vivo después de la metida de pata.
Por empatía e inercia, el resto fuimos agregando nuestras propias anécdotas, o de otras personas. La comida pasó y cada uno volvió el lunes a sus labores con la cabeza llenita de historias.
Los errores son inevitables. Al igual que caminar. La cuestión es cómo te hablas mientras te levantas. Y qué tanto recuerdas el dolor de la caída comparado con el aprendizaje de la levantada.
Todo es cuestión de escoger.
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