En el quinto piso
- Maca Arena
- 13 abr 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 16 may 2020
Iba en traje. Muy formal él. Llevaba media hora hablando por teléfono sobre el trabajo: que si se habían cumplido todos los objetivos, que si las juntas de la siguiente semana, que si… bla, bla, bla. La corbata perfecta, los zapatos impolutos.

Nos subimos al elevador y vi en el reflejo que éramos ya un par de jóvenes, pensando en el trabajo, la renta y los ahorros. Y mientras él hablaba me cayó la madurez encima con la misma fragilidad con la que podría caerme un piano de cola desde el quinto piso.
¿Qué pasó con la Maca de 15 años? La que se pasaba las tardes leyendo y su gran preocupación era dónde dejó los zapatos y si los encontraría antes del tercer claxon de su padre insinuando (muy sutilmente) que se le hacia tarde para la escuela. La Maca de 17 años que le faltaban permisos para subirse al Chevy de su amigo y recoger al resto de la tropa para pasear por León con Bon Jovi de fondo.
Sigue allí, con la misma cara de nena que tiene que enseñar su identificación al entrar a un bar. Pero la diferencia es lo que se le cruza por la cabeza, ahora no es el profe de estadística el que aparece en sueños para decirle que se le olvidó hacer la tarea. O la “Miss” de química que le confisca por enésima vez el libro que no debería de leer (creo que una vez llegué a un acuerdo de prestarle un libro con la única condición de que me dejara leer si terminaba los ejercicios antes, luego me dirán que el conductismo no funciona porque fue la única vez que entregué los ejercicios a tiempo).
Ahora son jefes, aumentos de sueldo, deudas, fugas de agua, ahorros inexistentes, depas diminutos, gastos no planeados y demás aventuras de los veinti-muchos. Hola vida, gracias por caerme encima.
No obstante, volviendo al momento elevador. Lo vi y mientras seguía hablando, me guiñó el ojo y fingió ser Superman, puño en alto y abrazándome con el otro brazo volando hacia el infinito mientras pasábamos por el cuarto piso.
Los treinta son los nuevos veinte decían, y a pesar de que la madurez haya caído sigue habiendo motivos para fingir ser un superhéroe cuando estás en confianza; ver una lechuza y preguntarle el que por qué no te ha traído tu carta; parar por una tienda de disfraces y jugar un rato con la espada láser; esperar la nueva película de Pixar. Todo mientras lidias con los gastos de cada día, las noticias y un futuro incierto pero emocionante.
Al final del día, depende de nosotros tener ese momento de fantasía. Él podrá no ser Superman y yo ya quisiera escribir como Lois Lane. Pero da igual, seguiremos luchando con esto que se llama vida ya sea con el traje de superhéroe tatuado en el inconsciente.
¡Mira, desde el sexto se ve la muralla china!