top of page

De lo efímero

  • Maca Arena
  • 16 jun 2020
  • 2 Min. de lectura




La primera experiencia colectiva que recuerdo fue el último día de preparatoria. A manera de despedida, la generación entera hacíamos un paseo por la escuela que nos vio crecer. Muy peliculero el asunto, pero supongo que te ayuda a cerrar un ciclo. O al menos captar que algo está por cambiar en tu vida.


Recuerdo abrazar a gente con más cariño del que nos teníamos cada día por la mañana. No creo que fuera un sentimiento creado para la ocasión, simplemente nos unían las mismas circunstancias: Añoranza de un pasado, miedo al futuro y a la realidad de que, a pesar de que nos quedaban unos años de trampa a la adultez, cualquier vestigio de infancia se cerraba en ese momento. Para todos. Cantamos canciones ridículas. Jugamos como cuando éramos niños. Lloré de pura nostálgica, junto con muchos más que en esto no estaba sola. Nos sentíamos pequeños y grandes. Era un momento feliz, pero también irrepetible.


Supongo que este sentimiento está presente en la familia. Los cinco individuos que tengo como familia cercana entenderán mi infancia porque con ellos la he vivido. Mis amigos de toda la vida podrán entender lo que fue crecer porque nos hemos acompañado en esa labor… o a sobrevivir simplemente. Mis amigos de la universidad entenderán mi gusto por el arte porque los suyos propios los llevaron a estar en el mismo salón aquel primer día de la carrera.


Bien decía Fernando Delgadillo (no puedo creer que lo esté citando) con aquello de “Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio… y coincidir”. Personas y momentos.


Esta pandemia nos ha traído la primera experiencia colectiva casi global que mi generación haya vivido. Una parte muy grande del mundo se encontró confinada en sus hogares y tuvieron que gestionar la claustrofobia a base de galletas en el horno, teletrabajo, espacios reducidos, Netflix y pláticas a través de una pantalla.


Coincidimos en una circunstancia que nadie venía venir. A no ser que fueses Bill Gates obsesionado con las pandemias mundiales, el resto estábamos bastantes conformes con la idea de respirar aire sin una mascarilla delante.


Definitivamente no fueron momentos felices. Muchos sabemos lo que es la incertidumbre de construir un proyecto de vida sumando esta paranoia a la lista. Aún así, con algunos pasos encaminados a esa nueva normalidad de la que todos hablan, miro atrás y sí que hubo momentos agradables e irrepetibles.


Supongo que la vida es conectar simultáneamente momentos efímeros, con la apreciación de la impermanencia de los malos y la futura nostalgia por los buenos.


Ayer di un paseo largo por Barcelona. Las flores amarillas habían caído al suelo bañando de colores los adoquines del centro. El aire tenía esa nota alcalina que tienen las ciudades bañadas por el mar. El té estaba especialmente delicioso. Fue un momento feliz, pero también irrepetible.

Comentários


Subscríbete a mi newsletter

LOGO.png
bottom of page