Todo lo alto que quiera
- Maca Arena
- 11 sept 2021
- 3 Min. de lectura

Allá por febrero, quise ponerme una meta inalcanzable. De esas que no están apegadas a tu realidad ni a tus capacidades físicas. Todo comenzó cuando un amigo me invitó en Google calendar a subir LA MALINCHE. Lo pongo en mayúsculas porque así suena en mi cabeza. LA MALINCHE. Con música épica de fondo y todo.
Acepté sin mucho miramiento. Sin ver qué tan alta era. O cuánto duraba el ascenso. O qué tan lejos estaba. El evento tuvo que posponerse varias veces, por lo que mejoré mi habilidad de evitar el tema y hacer como si no se me avecinara una tormenta.
La fecha se confirmó y yo no tuve más remedio que googlear qué carajos tenía que llevarme a una montaña con condiciones climatológicas adversas. Mi mente, después de un largo periodo de evasión, entró en pánico repitiendo la misma historia de siempre: "¿En qué te estás metiendo? Tampoco es que seas atlética. Vas con pura gente que corre 50K por diversión. ¡Por diversión! Y tú, que sufres en la clase de yoga… " El panorama mental era un campo minado de inseguridades.
Llegó el día y nos encaminamos a ella. En el camino, procuré dormirme para no ver la montaña desde lo lejos. Llegué a un punto parecido al ojo del huracán. Dejé de tener expectativas. Dejé de buscar excusas. Preferí vivir en una tranquila inconsciencia.
El día de llegada, los astros se alinearon y una amiga (muy pro en el mundo del yoga) organizó una meditación. El objetivo era ponernos en el mood adecuado para que al día siguiente subiéramos ese reto, tanto físico como mental, siendo conscientes de cada paso. De cada trayecto. La cima es hermosa, decía, pero vale la pena disfrutar el camino. Algo hizo click en mí.
La alarma sonó a las tres de la mañana. Perdí mi guante dos veces. Lo encontré una vez más. Comenzamos. Mi reloj marcaba que mi corazón iba un poco más nervioso de lo normal. En las siguientes cuatro horas, me dedique a respirar profundamente, pensar un paso a la vez y disfrutar el olor a tierra mojada.
Puse mi vista en la cima unos segundos y no quise volver a mirarla. Rompí la barrera de lo que me creía capaz de hacer unas diez veces. Comencé a pensar que a lo mejor, tal vez, si me esfuerzo, muy probable… llegaría a la cima. Tocaría la punta.
Cuando me iba acercando y casi podía contar los pasos que me faltaban, alguien soltó, de manera muy casual, “Y esto es la falsa cima”, la verdadera está justo detrás. Mi mente colapsó. Yo había negociado conmigo esa cima, y resulta que me quedaba 30 hora más de pasos interminables.
Supongo que se me veía en la cara porque todo ser humano que pasó a mi lado me echaba tantos ánimos que no tuve más remedio que seguir subiendo. Todo dolía. Creo que llegó un punto que mis ojos comenzaron a gotear. Estaba dando ese extra que no tenía contemplado. Ese extra que implicaba subir piedras. Andar a gatas. Resbalarte y continuar.
Un tiempo interminable después… di el último push y toqué las nubes. Lo había logrado. Había llegado.
Y creo que es la metáfora que más se acerca a la vida. Es importante quitarnos los miedos, son un peso en la mochila totalmente innecesarios. La mente es tan poderosa, y la subestimamos enormemente. Hay que enfocarse un paso a la vez. Hay que lidiar con los cambios, los golpes, el dolor. El camino vale más la pena que la cumbre. Pero, Dios, qué increíbles son las vistas de una meta luchada, sufrida y conseguida.
Bajar es parte de la vida… volver a subir es nuestra meta. Vivir unos minutos en las nubes… te ayuda a poner todo en perspectiva.
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