Búsqueda implacable
- Maca Arena
- 28 may 2020
- 3 Min. de lectura

Hace un tiempo, una amiga anunció que se casaba. Lo cual justifica enteramente que yo, un mes antes de la fecha, estuviera buscando el vestido para la ocasión. Nunca pensé que mis malos hábitos de estudio pudieran afectar tantos aspectos de mi vida. La búsqueda... Lo que yo me imaginaba como un paseo por la pradera y música de jazz de fondo, es en realidad lo que Liam Neeson hizo en la película ‘Búsqueda implacable’. Al parecer, hay que tomarse muy en serio el asunto. Luego el trabajo me complicó la vida, una moto se quiso hacer la simpática y atropellarme y una doctora me dijo que hace 7 años me habían diagnosticado erróneamente alérgica al gluten (¡hola, croissant!)… esto sumado a mi natural aversión a comprar y probarme ropa hicieron que a día tres días del evento siguiera respondiendo un "No sé" al ¿Qué te vas a poner? Unas semanas antes del gran día, mano enyesada, pie cojo y espalda quejosa me dirigí a una tienda de vestidos “elegantes”. Entré con la inocencia de que esos metros cuadrados que ocupa la tienda era igual al mundo que yo conocía. Error. Entré a un mundo paralelo de telas delicadas, colores con nombres hípsters y modelos de vestidos con nombres de influencers. Nada más pasar la puerta, me preguntaron el nombre de la novia. ¿Para qué quería saber el nombre de mi amiga esa mujer con sonrisa postiza? Se lo pregunté e hizo la cara como si yo hubiera preguntado quién es Anna Wintour en alguna oficina de Vogue. Please bitch. Yo, muy dada a hacer preguntas incómodas en otros mundos paralelos me quedé a la espera de la respuesta. Ella, mirada de alienígena mutante. Yo, mirada de curiosidad suicida. “Es para anotar el modelo que llevarás y evitar que otra de nuestras clientas lleven un vestido repetido”. ¡! No queriendo que la mujer que me atendía entrara en colapso nervioso porque no veía el caso de decir el nombre y fecha de la boda, di la información como si fuese espía de la gestapo. La mujer me encerró en un vestidor sin oxígeno y se dedico a traerme metros y metros de tela para que yo me los probara. Trajo tacones, sombreros, pulseras y bolsos tan minúsculos que no cabía ni un Nokia del 2000. Me probé uno. Me veía como un tamal mal envuelto. Me probé otro, parecía un limón. El tercero pareció caerle bien al espejo así que decidí salir del probador para que Sandra, la mujer de la entrada, me hiciera un examen más riguroso que mi nutrióloga y determinara si yo le quedaba bien al vestido. No se vayan a pensar que era a la inversa. Estos vestidos no los lleva cualquiera. Cuando mi percepción total de Maca + vestido daba un número positivo alguien abrió la puerta contigua al mío y salió de él una influencer muy famosa con el mismo vestido. La ironía del asunto sigue haciéndome reír incluso mientras duermo. Ella, piernas largas, pelo kilométrico, bronceado perfecto. Yo, curvas sanas, mano enyesada, pie adolorido. Ella, sombrero de alas anchas, pulseras de Cartier, y cejas perfectas. Yo, chongo hecho con una mano, muñecas y piernas llenas de moretones y las cejas… bueno eran cejas. Salí de allí como quien se le va la vida en ello. Sandra 1- Maca 0. Ya tendría más días para comprarme el vestido. O más bien, ya estaría mi hermana y madre para decirme si algo me queda o no bien. Confío plenamente en su buen gusto. La boda de mi amiga, fue increíble. El vestido, na. Da igual, ¿no?
Comentários