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A.

  • Maca Arena
  • 24 mar 2021
  • 2 Min. de lectura



Decidimos casarnos un día viendo aviones despegar. En pleno aeropuerto elegimos la fecha y el lugar. Volamos a nuestras vacaciones y no volvimos a pensar en el tema. A eso le llamaría nervios y/o complicidad. Luego avisamos a la familia. Allí todo se hizo un poco más real. Los grupos familiares agregaron un “plus one”.


Unos días después, estaba sentada en una roca al borde del mar viendo un atardecer inmejorable. Al fondo un grupo de gente tocaba tambores y se despedían del sol, que se metía en un océano pintado de naranja y azul turquesa. El olor a mar se metía en mi pelo que se empeñaba en volar. Allí, A. Se acercó e hizo la pregunta que ya tenía respuesta. Solos él y yo.




Unas semanas después dejamos caer la noticia a los amigos. No era una gran sorpresa porque A. y yo somos un pack desde años atrás. En las semanas posteriores nos llenamos de planes y cenas de festejo. De fechas, telas y decisiones en color crema. Menús, lista de amigos e invitaciones trasatlánticas.


Planear una boda en época de pandemia le agrega un toque de aventura a nuestros días. Creo que esto nos está enseñando a que planear es la mitad del camino, lo otro es improvisar. Como no teníamos suficiente, decidimos volar al otro lado del charco y llamar a México nuestro hogar.


Esto supuso que la fecha en el Palace y la Civil que pensábamos en primavera, se convirtiera en una visita a un Ayuntamiento un 30 de diciembre, pleno invierno. Unos días antes de que metros y metros de nieve cayeran sobre Madrid. Otra vez con unos implicados muy, pero muy cercanos y muchas lágrimas de ilusión de por medio.


Nos dijimos nuestros votos, A. desde una hoja muy formal y yo desde las Notas de mi celular. Sus padres nos prestaron sus anillos porque no se nos ocurrió que teníamos que tener los nuestros. Es que ya saben… es la primera vez que nos casábamos.

Del coche salieron unas copas y una botella de Champán para celebrar. La mitad de mi familia lo vivió por fotografías. Ahora no sabemos cómo será la celebración oficial. Esperamos que el bicho permita al menos unas cuantas personas más.





Mi madre siempre me dijo que si quería hacer reír a la vida, le contara mis planes. Creo que escucho sus carcajadas desde la distancia. Este año me ha enseñado a reírme con ella.

Por nuestra parte seguimos planeando, seguimos soñando. No es que me preocupe demasiado. Al final de todo, para que ese día sea todo lo especial que quiero, solo me hace falta a A. acompañándome en el sí quiero.

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